Estamos celebrando la Pascua: El ángel con la trompeta del Pórtico de la Gloria proclama, y nosotros con él, que ¡Cristo ha resucitado!
La vida del cristiano se comprende y se vive a partir de la meta. Y la meta del Camino al Campus Stelae se materializa plástica y simbólicamente en esa Jerusalén Celeste que constituye el Pórtico de la Gloria: la cripta, el pórtico y la tribuna, es decir, la Tierra, el Juicio Final y el Paraíso. In paradisum deducant te Angeli, que a tu llegada te reciban los mártires y te guíen a la ciudad santa de Jerusalén.
Camino y peregrinación van indisolublemente ligados: somos homo viator, vamos encaminados por una vía, y esa vía es Cristo resucitado: camino, verdad y vida. Seguirlo sin extraviarnos (extra, fuera; vía, camino) nos conduce al pórtico que nos introduce directamente en la visión de Dios Padre. Este gran mensaje de salvación, la muerte ya no tiene la última palabra, ha sido proclamado por los múltiples y variados lenguajes de las artes desde los orígenes del cristianismo.
La belleza, consubstancial con las artes, es uno de nuestros valores fundamentales, pero, de acuerdo con Platón, va más allá del placer estético, está ligada al bien y a la verdad, y de un modo especial para nosotros a la VERDAD con mayúsculas, por eso tiene esa gran fuerza pedagógica. Como muy bien dice Simone Weil en todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios. Además, cuando el arte se confronta con los grandes interrogantes de la existencia, con los temas fundamentales de los que deriva el sentido de la vida, puede asumir un valor religioso y transformarse en un camino de profunda reflexión interior y de espiritualidad (Benedicto XVI). Es decir, en un camino de luz que disipa las tinieblas y temores del corazón humano.
A partir de hoy como peregrinos hacia la Belleza ya estamos en marcha por el camino de la mano de la fe y el arte, sabedores de que estamos cruzando el umbral de la esperanza que tenemos en Cristo resucitado. Salimos de Santiago, de la meta, para interpretar teológicamente las obras de arte que jalonan las vías de peregrinación a Compostela, comenzando por la experiencia de salvación recogida en el relato pétreo mateano de finales del siglo XII, que nos consumirá varias etapas. Parafraseando a Dostoievski, la Belleza salva al mundo.
Francisco R. Durán Villa