La mano de Dios está en Juan. A él toca regar y preparar la tierra para que venga el Mesías. Dios se vale de personas como el Bautista, que se convierten en riego, agua, frescura en medio de los desiertos de la vida.
Juan estuvo siempre en las manos de Dios. De hecho, se jugó la vida por él. No hubo protagonismos ni intereses que despistaran su vivir desde la voluntad del Padre. Así era Juan, hombre hecho y derecho, confiado, atento, oyente, curtido en el desierto. Hombre de Dios, referido a Él y referente para muchos.
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