
En la columna central del pórtico –el parteluz que divide la puerta central en dos– nos encontramos con la espléndida figura sedente y serena del Apóstol Santiago, como patrono de la basílica catedral compostelana, en actitud de espera y de acogida de los peregrinos. Coronado con una aureola de bronce con incrustaciones de vidrio, sostiene en su mano derecha un pergamino con la inscripción “el Señor me envió”. Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20, 21), y lo envió a anunciar el Evangelio en los confines del mundo conocido. Santiago el hijo del Zebedeo es un enviado, que es lo que quiere decir la palabra griega apostoloi, un ministro de la nueva alianza (2 Cor 3, 6). En su mano izquierda sostiene un cayado terminado en forma de letra hebrea Tau, símbolo de la cruz de Cristo, que anticipa el triunfo del nuevo Adán sobre el pecado, al que hacen alusión las tentaciones representadas en el capitel que enmarca su cabeza, y la muerte, como lo atestigua la imagen de Jesucristo resucitado del tímpano central, rodeada de los cuatro evangelistas, entre los que se encuentra Juan, el hermano de Santiago quien, con la Virgen María, se encontraba al pie de la cruz cuando murió Jesús.
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