Autor: José María Acuña López (Pontevedra 1903 – Vigo 1991); año: antes de 1991 (llevadas a su localización actual, el Monte do Gozo, en el año 1993); material: bronce.
Has llegado al Monte do Gozo, el primer lugar desde el que se pueden apreciar las torres de la Catedral compostelana. A tus espaldas cargas la mochila, el cansancio, la meteorología, los kilómetros caminados. Desde el punto exacto en el que se encuentran estos dos peregrinos de bronce puedes observar la ciudad de Santiago.
El escultor, que ha empleado el arte para expresar lo que por el habla no pudo (era sordomudo) los ha vestido a la antigua usanza. Acércate a ellos. Rodéalos. Tócalos. Te sentirás más pequeño y más frágil, frente a sus dimensiones y solidez. Esa fragilidad es la misma que has podido atisbar en diferentes momentos del camino hasta llegar aquí y, profundizando más, a lo largo de toda tu vida. Pero, ¿quién no se ha sentido frágil alguna vez?
Dicen las descripciones de este conjunto que las esculturas señalan la meta del camino. Pero, ¿a qué meta se refieren? Si te fijas, los peregrinos muestran la dirección a la ciudad. Uno dirige su dedo índice al horizonte, a lo alto, mientras que el que llega en segundo lugar, se retira el sombrero saludando, alegre, lleno de gozo. ¿Cuál es la meta de los peregrinos? Santiago de Compostela. ¿Cuál es la meta de todo cristiano? El Cielo, el Paraíso.
Los Peregrinos de Acuña nos hablan de los dos caminos que recorremos: el que va a Santiago y el de la fe.
Fátima Noya Varela