Arquitecto: Iago Seara; escultor: Manolo Paz; año: 2010; material: granito negro; dimensiones: 2,5 x 3 metros; peso: 3 toneladas.
En el Año Santo Jacobeo 2010, Santiago de Compostela recibió a un peregrino poco habitual: el papa Benedicto XVI. Para la celebración de la Eucaristía se proyectó un altar de un vibrante color blanco, pensado para contrastar todo el granito de la plaza del Obradoiro. Más de un setenta por ciento del material de ese altar, era reutilizable, porque se trataba de una construcción efímera, que vendría desmantelada una vez terminados los actos. Sin embargo, algo de aquel rectángulo blanco en el que celebró la Eucaristía Benedicto XVI perdura hoy: la cruz que presidió el altar. Fue esculpida por Manolo Paz y hoy está situada en el hall de entrada al monasterio de San Martín Pinario.
Es sorprendente en sus dimensiones; pero mucho más en la sencillez de sus líneas y en su composición. Dos grandes piedras muy sólidas, dispuestas de tal forma que en medio dibujan el espacio de una cruz. Si su altura de colocación lo permitiese, podríamos recorrer con las manos la línea de su silueta externa e interna, incluso ocupar con nuestras manos el espacio vacío que deja la cruz.
A lo largo del Camino te habrás encontrado con obras majestuosas, de dimensiones colosales. Seguramente, también, habrás descubierto alguna joya de esas que en ocasiones pasan desapercibidas. En el camino de la fe, la mayoría de lo accesorio, de lo prescindible, de lo efímero, suele presentarse con tamaño aumentado. Sin embargo, en ese espacio de aire fresco, con aspecto de joya, que casi siempre pasa desapercibido, es en el que encontramos a Jesús.
Es muy probable que, de aquella celebración retransmitida por televisión, hayamos grabado en la retina el altar (lo efímero), y cancelado la cruz (lo perdurable).
¿Cuánto hay en tu fe, en tu caminar, de efímero? ¿Cuánto hay de lo que perdura?
Fátima Noya Varela