Tema publicado con la autorización de «Susana Melero»
Pedro se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga, hasta siete veces? Jesús le dijo: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». (Mateo 18, 21-22)
Leí en una ocasión que los seres humanos, al igual que los cuerpos celestes, describimos órbitas elípticas en nuestras relaciones, con momentos de máxima cercanía y de alejamiento. ¡Qué bueno sería asumir esto como lo natural y cuántas fricciones nos ahorraríamos! Bien pensado,ambas posiciones son necesarias: acercarse para nutrir lo entrañable y también alejarse, para redibujar la propia singularidad y tomar distancia de los conflictos que, vistos en perspectiva, pierden muchas veces intensidad y dramatismo. Acercarse y distanciarse…con armonía y naturalidad…como en una danza.
En la distancia crece también la capacidad de reconciliación y , con ella, la posibilidad de tender puentes de nuevo, permitiendo que la memoria rescate las experiencias valiosas y se selle la paz.
No hay lastre más pesado que el del rencor. Perdonarse o perdonar es, sin duda, la mayor experiencia de liberación. Nos humaniza y diviniza a la vez, convirtiéndonos en canales de la misericordia del Padre.
Susana Melero Leal