En el año 1873, se inauguró en Galicia, el primer tramo de vía férrea entre Cornes (perteneciente hoy al Concello de Santiago de Compostela) y Carril (Vilagarcía de Arousa), pero no será hasta setenta años más tarde cuanto se construirá el actual edificio de la estación de Santiago.
Tomando como modelo las grandes estaciones de la Europa de finales del siglo XIX, en las que predomina el hierro y el aspecto industrial, y la arquitectura autóctona de los pazos, se construye un edificio que ha de acoger a miles de viajeros cada semana. A ella se accede por medio de una escalinata monumental.
Es, pues, un lugar de encuentro entre turistas, estudiantes, trabajadores y peregrinos. Si has decidido volver a casa en tren, es muy probable que partas de ésta estación (o de cualquier otra) y, también, cabe la posibilidad de que sientas una cierta melancolía motivada por el ambiente propio de los lugares en los que se producen encuentros y también despedidas; en los que comienzan unos trayectos y terminan otros; en los que se anuncian llegadas y salidas; en los que se nota el cansancio del camino y también las nuevas fuerzas que surgen gracias a él; en los que de nosotros brotan lágrimas y sonrisas.
Por todo ello, puede ser un buen lugar para la oración. Son las estaciones de tren, lugares en los que se repite incansablemente aquello de que “nos sentimos solos en medio de la multitud”; pero también se hace propicio para compartir esa soledad con Dios.
Después del esfuerzo y el cansancio, ahora dejamos que otra persona sea la que nos lleve a casa de vuelta, mientras descansamos y contemplamos por la ventana. También en la vida es necesario crear esos espacios de descanso y contemplación, dejando que sea Otro el que te guíe.
¿Estás dispuesto a dejarte guiar por Dios también en la vuelta a casa?
Fátima Noya Varela